Cuando era niño mi padre me contó miles de historias increíbles. Historias de tiempos y lugares perdidos, lugares que parecían sacados del reino onírico del hacedor mismo de los sueños, fantásticos relatos de caballeros, princesas y por supuesto los imponentes y fenomenales dragones, aquellos que podían arrasar pueblos enteros con sólo abrir su boca y originar una imponente llamarada que emanaba desde el interior de su garganta con una fuerza a la que nada ni nadie podía hacerle frente…Lo más cruel de todas estas historias que me contaba mi viejo es que yo las creí, tal vez porque fueron las mismas historias que a mi abuelo y bisabuelo les habían contado cuando aún eran unos críos, y porque ellos también las creyeron con ciega fe, aunque ninguno de mis antecesores haya visto jamás alguno de estos animales que el común de la gente opta por llamar “mitológicos”. De hecho ahora 10 años después del fallecimiento de mi padre sigo buscando uno de estos fantásticos seres.
Ahora tengo 23 años y soy un hombre a quien al parecer le han robado sus fantasías, visto con camisa, corbata y chaleco de lana, me siento en una oficina todos los días en el alto edificio y veo las otras edificaciones a través de los amplios ventanales que hay frente a mí, para darme cuenta día tras día que la ciudad está siempre vacía, no de gente, ellos siempre están deambulando como entes robotizados en las calles, vacía de ideales, de ganas de encontrarse a sí misma, de revolución, todas las personas que veo a través del vidrio parecen conformarse con su vida, y mientras todas estas situaciones me dan vueltas en la cabeza me doy cuenta que ya se ha enfriado el café que tengo sobre mi escritorio y tengo 5 llamadas perdidas de mi jefe que me pide tenga listo mi trabajo y me considera un caso perdido.
Las figuras de dragones inundan mi escritorio, los hay de varios colores y tamaños, los empecé a coleccionar desde mi adolescencia pero ahora que trabajo su número ha aumentado, ya que el 5% de mi sueldo va a un fondo especial al que he llamado draconiano y cada 3 meses salgo en busca de algún ejemplar nuevo que pueda enriquecer mi muestrario.
Siempre los dispongo de una manera diferente dependiendo de la semana y mi estado de ánimo, creando cada vez una escena diferente, cada semana vuela mi imaginación y mis recuerdos, acomodando los relatos de mi padre y empapándolos con mis propias batallas. Los compañeros de trabajo pasan y me miran de una manera extraña, yo los compadezco porque simplemente nunca entenderán.
De regreso a casa me cuelgo mi mochila a la espalda y mientras camino por la vacía ciudad suelo alzar mi cabeza mirando hacia el cielo, el viento golpea mi cara y me revuelve un poco el pelo, abriendo los ojos veo formas en esas nubes iguales a retazos de felpa y me pregunto si alguno podrá bajo ciertas circunstancias transformarse en un dragón. Al darme cuenta después de unos cuantos segundos de que eso no sucederá vuelvo a la realidad, y recuerdo que justamente hoy es el día de pago de mi sueldo, el día de comprar una nueva maqueta para mi colección ha llegado.
Los latidos de mi corazón se aceleran, primero ir por dinero al cajero de la esquina, y posteriormente ir a la tienda de antigüedades que tanto me gusta. Con el trayecto mentalmente organizado vuelvo sobre mis pasos cada 3 meses, toda esta rutina la realizo casi como si se tratara de un ritual religioso. Sin embargo, el día de hoy observo que mientras camino a la tienda de antigüedades algo no se siente igual.
Hay un río de personas en las calles, todas parecen estar felices, y hay un ruido que envuelve todo el aire; gritos, tambores, pitos, serpentinas, y explosiones de todos los sabores pululan en la atmósfera, me hacen sentir como en uno de los miles de los relatos de mi padre. Mi sangre en este momento hierve, sin darme cuenta ya tengo una sonrisa esbozada en mi rostro y estoy completamente inmerso en la fiesta que se da en la calle.
Me siento muy feliz, casi completamente, siempre está el sin sabor de que la bestia mitológica no va a aparecer, pero cual es mi sorpresa al darme cuenta que la gente en las calles, muchas personas empiezan a gritar - ¡Dragón!, ¡viene el dragón!, cuando miro al horizonte, sobre el asfalto de la calle veo que una figura majestuosa e imponente, viene acercándose, con su cuerpo totalmente escamado serpenteándose, sus ojos brillantes y su figura de sabiduría infinita, no me siento merecedor de semejante espectáculo, mis ojos no creen lo que ven, ¡pero definitivamente es real!, cada vez se acerca más, el dragón parece amigable, está en medio de todos, se deja acariciar, hasta sonríe, y no hay fuego por ningún lado.
En toda fiesta de este calibre es perentorio que haya alcohol y en esta no puede faltar, hay licores a diestra y siniestra, decido comprar un botella de mi vodka favorito, y empiezo a beber de forma rápida y descomunal, sin embargo poco importa, la situación lo amerita, por fin había pasado lo que había estado esperando toda mi vida hasta entonces vacía, lo que no habían podido ver generaciones y generaciones de familiares lo estaba viendo yo por mis propios ojos, de repente todo se torna borroso, debe ser el alcohol, todos los edificios, las casas, las personas dan vueltas y vueltas, todo se vuelve discontinuo, el tiempo da saltos como un conejo recién liberado del cautiverio, va de atrás hacía delante, luego de adelante a atrás, en un momento es de noche, veo mi habitación, mi baño, la cisterna recibiendo mis restos alimenticios, y luego la cama. Todo se funde y se tiñe de negro, la realidad se esfuma…
A la distancia un sonido. - Beep, beep – maldito despertador, siempre sonando en el momento menos oportuno, abro los ojos y de repente un sordo dolor en los oídos y la cabeza, golpes de martillos y campanas vienen y van, la sensación de vértigo que permanece y el sabor a vómito en la boca, y en el reloj, las 7: 30 am.
-¡Mierda!- dije en voz alta, era hora laboral y yo aún yacía en mi cama después de semejante jolgorio. Salgo despedido de mi reposo, me baño, me visto, me perfumo y doy marcha con mi mochila sobre la espalda a otro vacío día de trabajo.
Sobre la mesa de noche hay una nota escrita con mi puño y letra, algo borrosa y la letra está un poco temblorosa, sin embargo se alcanza a leer; Nota personal: No volver a pasar por el barrio chino en su año nuevo.